LA CAJITA DE MADERA

   El calor era insoportable y el basurero era un caldero putrefacto, mezcla de deshechos y sudor. Los buscadores de tesoros, como se les conocían a quienes cruzaban el alambrado del vertedero, para encontrar algún objeto de valor con el cual pudiera cambiarlo por dinero, pululaban por todo el lugar, entre los escombros y los inmensos cerros de chatarra, sólidos y descompuestos.


   El riesgo era muy grande en relación a la garantía de lo que se pudiera encontrar, que les permitiera ese día obtener la comida del hogar. Ya uno de ellos se había cortado la mano con un pedazo de vidrio de un florero fracturado que permanecía en una de las bolsas negras, que a diario llegaban a ser lanzados por los camiones de la municipalidad.  Varias puntadas en la clínica, eran prueba del arrojo de estas humildes personas, que a diario y hasta que los guardas los expulsaba al caer la tarde, vivían por unas cuantas monedas.

   El mejor de ellos, un hombre cincuentón, de aspecto rudo y mediana estatura, era el más conocido, como el afortunado, que por azares del destino localizaba las mejores piezas, para la venta.  En una ocasión pudo valerse de sus habilidades para destapar unas cajas de cartón y descubrir una consola de vídeo juego en relativo estado de funcionamiento, por lo que logró veinte dólares, una fortuna para estos infortunados seres humanos.  Pilarte, era como lo conocían, nunca preguntaron por su nombre de pila.

    Azucena, era de las mujeres mayores, que junto con sus dos hijas, una de las cuales abandono el trabajo, cuando se dio cuenta de su embarazo, y en su lugar, llego una sobrina a continuar con las faenas del hogar. La anciana, curtida por el sol, fungía más como directora de las dos chicas, por su debilitado estado de salud, que a pesar de ello, arrogante continuaba visitando la “mina” para cumplir con su sagrada misión de llevar el sustento, máxime que pronto vendría otra boca más que alimentar.

LOS PUEBLOS BLANCOS DE NICARAGUA



 La historia inicia como todas las demás. Varios personajes, que sin presentación alguna, aparecen en algún lugar selvático, de los llamados pueblos blancos, al sur de la capital de Nicaragua. Cuatro jóvenes, cargados con una cámara de vídeo, se han lanzado a la aventura de visitar una parte del valle que conforman el triangulo del misterio, lleno de leyendas, magia y brujería.



  La etapa de la juventud está cargada de curiosidad. Rebeca, una típica chica urbana, al que lo esotérico y la magia, es atraída como un imán, convence a sus amigos de infancia, Rolando, el más tímido del grupo, quien enamorado de Rebeca, se une al viaje para seguir a su amor platónico; seguido por Luis, el más intrépido y audaz de todos, y finalmente cierra el círculo, Manuel, quien siendo el roquero, no escatima en acompañarlos, cuando de magia se trata.